Porque no queremos escuchar a Dios
11:56
¿Por qué será que hay episodios en nuestra vida en donde pareciera que cerramos totalmente nuestros oídos a la voz de Dios?
Tú puedes decir amar a Dios con todo tu corazón, pero puede que no quieras escuchar o simplemente no quieres obedecer a lo que Dios esta hablando a tu vida de manera recurrente.
A veces el descuido espiritual nos puede llevar a comenzar
a practicar pecados que pensamos que habíamos superado, áreas de
nuestra vida que creíamos vencidas, pero que poco a poco sin darnos
cuenta volvimos a retomar y a practicar, es allí cuando el pecado
comienza a ser recurrente en nuestra vida en donde nuestros oídos se
ensordecen para escuchar la voz de Dios y no porque literalmente pase
eso, sino porque nos sentimos tan a gustos viviendo esa vida de pecado
que dejamos a un lado la opinión de Dios respecto a ese tema en
especifico.
¿Por qué no quieres escuchar?, ¿Por qué insistes en llevarle la contraria a Dios?, ¿Por qué sabiendo que eso no es bueno no haces nada para evitarlo?
Nuestra actitud ante Dios y ante su voz muchas veces no es la que tiene que ser, escuchamos y obedecemos solo lo que queremos.
El profeta Jeremías pronuncio las siguientes palabras: “¿A
quién hablaré y amonestaré, para que oigan? He aquí que sus oídos son
incircuncisos, y no pueden escuchar; he aquí que la palabra de Jehová
les es cosa vergonzosa, no la aman.” Jeremías 6:10 (Reina-Valera 1960).
Esteban aquel hombre que murió apedreado dijo en su momento: “¡Pueblo
terco! Ustedes son paganos de corazón y sordos a la verdad. ¿Se
resistirán para siempre al Espíritu Santo? Eso es lo que hicieron sus
antepasados, ¡y ustedes también!” Hechos 7:51 (Nueva Traducción
Viviente).
A veces nosotros somos también sordos a
la verdad, sordos a la voz de Dios que constantemente nos esta indicando
que es lo que tenemos que hacer, pero que simplemente no queremos obedecer.
¿Qué estamos esperando?, ¿Por qué esperar que nos vaya mal para obedecer?, ¿Por qué esperar la corrección para comenzar a hacer bien las cosas?
Hoy quiero invitarte a que abras tus
oídos a la voz de Dios, no permitas que el pecado cierre tus oídos, no
permitas que lo que desagrada a Dios sea mas valioso para ti que obedecer al Señor.
Es momento de ser valientes, es hora de inclinar nuestros oídos a su voz y luego de escuchar obedecer sin temor sus palabras.
Cuando Dios te da una orden por muy
difícil que parezca es porque Él sabe que es lo mejor para ti y al mismo
tiempo que te da esa orden también va contigo capacitándote en todo lo
que necesitaras para llevar a cabo esas palabras.
Ya no cierres tus oídos, escucha, reflexiona, pero sobre todo obedece y entonces te ira bien en la vida.
FUENTE: www.enriquemonterroza.com
¡Abre tus oídos al Dios Todopoderoso!
¿Por qué tantas religiones?
8:46
Para aquel que cree en el único Dios, en definitiva sólo hay dos actitudes posibles: la que dice: –Haz lo que es agradable a Dios y en compensación recibirás la bendición que él te deberá dar; y la que dice lo contrario: –Empieza por recibir lo que Dios quiere darte y luego podrás hacer lo que le debes.
La primera es la religión del hombre: «doy para que des»; la otra se apoya únicamente en la gracia divina, que da sin exigir nada a cambio.
Cuando comprendo que Dios juzgará toda mi vida, procuro hacer lo que a mi parecer debe agradarle: buenas obras asociadas con práctica religiosa. Y me imagino que el bien que quiero hacer compensará el mal que he hecho, ¡o que por lo menos moverá a Dios a la indulgencia! Este razonamiento es erróneo desde el principio.
El bien nunca compensará el mal. Por mis méritos nunca podré alcanzar la santidad que conviene a la presencia de Dios.
Pero la Biblia invita a aquel que se reconoce pecador ante la santidad de Dios a recibir gratuitamente su perdón. Para darme la vida, Dios se valió de su autoridad de Creador. Para ofrecerme su justicia, dio a su propio Hijo a fin de que cargara con todos mis pecados. Sólo debo aceptar su gracia y recibir a Jesús en mi vida.
Después me siento impulsado a obedecerle y a hacer el bien, no como un deber, sino como un privilegio.
La primera es la religión del hombre: «doy para que des»; la otra se apoya únicamente en la gracia divina, que da sin exigir nada a cambio.
Cuando comprendo que Dios juzgará toda mi vida, procuro hacer lo que a mi parecer debe agradarle: buenas obras asociadas con práctica religiosa. Y me imagino que el bien que quiero hacer compensará el mal que he hecho, ¡o que por lo menos moverá a Dios a la indulgencia! Este razonamiento es erróneo desde el principio.
El bien nunca compensará el mal. Por mis méritos nunca podré alcanzar la santidad que conviene a la presencia de Dios.
Pero la Biblia invita a aquel que se reconoce pecador ante la santidad de Dios a recibir gratuitamente su perdón. Para darme la vida, Dios se valió de su autoridad de Creador. Para ofrecerme su justicia, dio a su propio Hijo a fin de que cargara con todos mis pecados. Sólo debo aceptar su gracia y recibir a Jesús en mi vida.
Después me siento impulsado a obedecerle y a hacer el bien, no como un deber, sino como un privilegio.