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«QUIERO MORIR... PARA EXPIAR MI CULPA»

Necito Batista Da Silva era empleado ferroviario en Belo Horizonte, Brasil. Tenía un hijo hermoso que se llamaba Claudio. El niño jugaba siempre con un perro blanco y negro, perro vagabundo que era el amigo de todos los chicos del barrio.
Un día el perro se puso rabioso y mordió al niño. Debido a que el padre se había negado a vacunar al perro contra la rabia, Claudio contrajo la espantosa enfermedad. Los médicos lucharon por salvarlo, pero la salud del pequeño se fue agravando. Antes de morir, en uno de los últimos ataques terribles de la enfermedad, Claudio saltó de la cama del hospital y mordió a su padre y a su madre mientras ellos trataban de calmarlo.
La madre se sometió en seguida a un tratamiento antirrábico, pero el padre, Necito Batista, rechazó el tratamiento. El hombre se sintió culpable de la muerte de su hijo, así que quiso morir de la misma enfermedad. Estas fueron sus palabras: «Si actué mal al no hacer vacunar al perro, quiero morir de la misma enfermedad para expiar mi culpa.»
No es difícil comprender el estado de ánimo de ese pobre padre, que sufría profundamente la enfermedad mortal de su hijo. Su vida era un calvario porque estaba convencido de que él tenía la culpa. Pero no por eso tenemos que compartir su punto de vista. Aun cuando tuviera la culpa, no era él quien debiera expiarla.
Según el Diccionario Larousse, «expiar» significa «reparar una culpa por medio de un castigo o sacrificio». Eso era precisamente lo que pretendía hacer Necito Batista: reparar su culpa mediante el sacrificio de sí mismo. Lo que él no comprendía, al igual que muchos otros en la actualidad, es que hay Uno solo capaz de expiar o reparar la culpa de cualquier ser humano. Se trata del Señor Jesucristo. Pero ¿por qué sólo Cristo?
Es que nadie puede expiar su propia culpa, y por consiguiente nadie tiene que morir por su propia redención, porque nadie satisface el requisito divino. En la justicia divina, era necesario que el que expiara la culpa del mundo fuera intachable. Y el único que jamás pecó fue Jesucristo.1 A diferencia de Necito Batista, la vida de Cristo no fue un calvario por sentir él que tenía alguna culpa. Al contrario, Cristo se sacrificó y murió en el Calvario por nosotros a fin de satisfacer ese requisito divino de que el sacrificio fuera intachable.2 Por eso Juan el Bautista, al ver que Cristo se acercaba, anunció: «¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!»3 Juan sabía de antemano que el sacrificio de Cristo habría de ser el único aprobado por Dios para expiar nuestra culpa.
De modo que cuando sintamos la carga de nuestra culpa, no pensemos que nosotros mismos podemos hacer algo para salvarnos, como pensaba Necito Batista. Recordemos más bien que es Cristo quien quita el pecado del mundo, como declaró Juan el Bautista, y digámosle a Cristo: «Gracias, Señor, por dar tu vida por la enfermedad mortal que es mi pecado a fin de expiar mi culpa.»
ESTEREO EMANUEL ESTEREO EMANUEL Author

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